El Códice Voynich
Autor: El autor o autores del Códice Voynich son desconocidos.
El manuscrito no contiene ninguna firma ni información sobre su origen
Ubicación: Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos de la Universidad de Yale, USA, Ms. 408
Idioma: Sistema de escritura desconocido que no se parece a ningún idioma
Dimensiones: 23,5×16,2 cm
Extensión: 240 páginas, con ilustraciones detalladas que representan plantas desconocidas, figuras humanas, diagramas astronómicos y escenas misteriosas, se incluyen varios folios desplegables
Encuadernación: Pergamino
Edición mundial:
A) Única, artesanal con plegado y cosido de cuadernillos manual, encuadernada en auténtico pergamino envejecido de piel natural de cordero, y limitada a 99 ejemplares facsímiles numerados y autentificados notarialmente.
Incluye los agujeros ocasionados en sus folios por los insectos y roturas parciales de sus páginas
B) Única, artesanal con plegado y cosido de cuadernillos manual, encuadernada en pergamino vegetal, y limitada a 399 ejemplares facsímiles numerados y autentificados
Volumen independiente de estudios: Introducción histórico, artística e intento de identificación de sus ilustraciones
Datación: Se estima que el manuscrito fue creado a principios del siglo XV, alrededor del año 1404-1438, según el carbono 14
Rodolfo II lo mantuvo oculto, junto a su pieza estrella,
El Codex Gigas, en su Gabinete de las Maravillas
Elaborado en el siglo XV, este libro está repleto de imágenes y textos que, pese a décadas de estudio, ningún especialista ha podido descifrar todavía.
A pesar de los esfuerzos de numerosos criptógrafos, lingüistas y expertos en todo el mundo, el Códice Voynich sigue siendo un enigma sin resolver. El contenido del manuscrito y su propósito original siguen siendo desconocidos, y no se ha logrado descifrar el sistema de escritura utilizado en sus páginas.
Perteneció, junto al Codex Gigas, al Gabinete de las Maravillas de Rodolfo II
La primera noticia de la existencia del Voynich data de 1580, cuando el emperador Rodolfo II de Habsburgo, muy interesado en las ciencias ocultas, la magia y las rarezas de todo tipo, lo adquirió por la elevada suma de 600 ducados a los ingleses John Dee, un notorio matemático, astrólogo, ocultista, navegante, imperialista y consejero de la reina Isabel I de Inglaterra, y Edward Kelley, un embaucador. En el siglo XVII el manuscrito pasó por varias manos hasta quedar depositado en el convento franciscano de Mondragone, en Italia, donde en 1912 lo compró el tratante de antigüedades Wilfrid Voynich, de quien toma el nombre. En 1931, su viuda lo vendió a un anticuario neoyorquino, Hans Peter Kraus, que no consiguió revenderlo y terminó regalándolo a la Universidad de Yale en 1969.
Sopa de Letras
La transcripción de un pasaje del libro que John Dee y Edward Kelley regalaron a Rodolfo II ofrece el siguiente resultado: se osam ceetosas qopercetos detetiosus opercetios cetocperetus conllodam ollcet ollcetcius ollcetcius qoceretosas e ocilletosus e oter sauter olletosus ollos ollecetosus os e oter un conllcetius sais llotes oclletos cetollcetus llos cetotes e cetius olletiollos.
Mujeres bañándose
En el manuscrito Voynich aparecen una serie de diagramas circulares zodiacales o astrológicos, grupos de mujeres desnudas bañándose en piscinas, más imágenes astronómicas, una sección “farmacológica”.
Plantas imaginarias
El manuscrito Voynich se divide en varias “secciones” según el tipo de ilustraciones que aparecen en cada página.
La más extensa es la primera, un “herbario” en el que se reproducen diversos tipos de plantas. Las plantas dibujadas son tan enigmáticas como el texto que las acompaña, pues no se han podido identificar con ninguna especie real.

Detalle de un dibujo “astronómico” o “zodiacal” del manuscrito Voynich
Ante la aparente incoherencia del Voynich se ha sugerido que se trata de una broma o una estafa. Se ha especulado que fue el propio John Dee, mago, matemático y aficionado al ocultismo, quien hacia 1580 lo creó junto a su socio Edward Kelley, que ya había sido procesado en Inglaterra por falsificar documentos.
Cuando hace más de 4.700 años se inventó el lenguaje escrito, los seres humanos fueron capaces de transmitir mensajes complejos mediante letras y signos. Pero también introdujeron códigos secretos y claves para encriptar textos de contenido religioso, político, diplomático o militar, cuyo desciframiento sólo conocían los iniciados. Todas las civilizaciones han practicado estas técnicas, desde los sumerios a los griegos, los romanos, los mongoles, el Imperio español y, por supuesto, todos los países en el último siglo, especialmente en tiempos de guerra.
Los manuscritos y textos cifrados que se conservan son muchos, y todos han sido descifrados con relativa facilidad analizando sus códigos, en general bastante simples.
Con dos excepciones, existen dos códices cuyo contenido nadie ha sido capaz de desvelar: el Códice Voynich y el Codex Rohonczi, los manuscritos más extraños del mundo.
Desde el siglo XVI, muchos investigadores han tratado de descifrar el Voynich. Lo intentaron en el siglo XVII el alquimista Jacobus Horcicky de Tepenecz, el bibliotecario imperial Georg Barsche y el profesor de la Universidad de Praga Johannes Marcus Marci. Se envió al jesuita Athanasius Kircher, famoso por sus intentos de descrifrar los jeroglíficos del antiguo Egipto, pero aquél no respondió al reto.

Codex Rohonczi. Siglo XV. Símbolos Illuminati entre sus páginas que parecen narrar la infancia y descendencia de Cristo. Textos codificados, escritura desconocida
Ya en el siglo XX, el profesor Willian R. Newbold, de la Universidad de Pensilvania, intentó descifrarlo en 1921, e incluso llegó a trastornarse por ello. Lo analizaron expertos estadounidenses en gliptografía (estudio de las inscripciones sobre piedra) aplicando algunas técnicas experimentadas en la segunda guerra mundial, y filólogos profesionales y aficionados. Todos fracasaron. Para intentar descifrarlo se han aplicado técnicas tradicionales, como sustituir una letra por otra o asignarles un valor numérico, pero sin resultado coherente. Se han usado tarjetas perforadas, ya conocidas en 1500 por Girolamo Cardano, y programas de ordenador, que han dado lugar a cientos de miles de combinaciones posibles, también sin resultado. Si se trata de un libro encriptado, sus claves son tan intrincadas que nadie ha conseguido descifrarlas. Por eso se ha sugerido que está escrito en un lenguaje oculto no conocido, al que se ha dado nombre: el voynichés. Y según se desprende de las ilustraciones, el texto contendría relatos esotéricos sobre ritos ocultos; y los dibujos de plantas, astros y mujeres serían símbolos alquímicos.
Algunas propuestas de interpretación del manuscrito han sido realmente estrambóticas. Se atribuyó su autoría al monje inglés Roger Bacon, pero Bacon vivió en el siglo XIII y el Voynich se ha datado en el XV. Se ha especulado que lo escribieron los cátaros; que es una adaptación de un texto ucraniano con letras latinas; que es obra de Leonardo da Vinci, pues parece escrito por un zurdo –Leonardo lo era– y contiene elementos propios del Renacimiento italiano; que lo escribió el arquitecto Filarete a mediados del siglo XV, pues aparece la traza de un edificio similar a la torre del castillo Sforzesco de Milán, que Filarete levantó, y unos dibujos que recuerdan a los tubos de desagüe que este arquitecto diseñó para el Hospital Mayor milanés.
El último de estos intentos parece haber conseguido ciertos adelantos al respecto. Greg Kondrak, un profesor de ciencias de la computación, y Bradley Hauer, un estudiante de postgrado, ambos de la Universidad de Alberta (Canadá), están usando la inteligencia artificial para descifrar el Manuscrito Voynich. Y han descubierto que el hebreo es la lengua de escritura más probable.
El libro misterioso
Sin embargo, hasta este momento, ante la aparente incoherencia del Voynich se ha sugerido que se trata de una broma o una estafa.
Se ha especulado que fue el propio John Dee, mago, matemático y aficionado al ocultismo, quien hacia 1580 lo creó junto a su socio Edward Kelley, que ya había sido procesado en Inglaterra por falsificar documentos; en suma, que se trataba de un timo para engañar al emperador Rodolfo II y sacarle una buena cantidad de dinero.
Ante la imposibilidad de traducir su contenido, Gordon Rugg, profesor de Psicología de la Universidad de Reading, insistió en 2000 en la teoría del fraude. Pero la tesis presenta un problema: el manuscrito ya existía un siglo antes de que Edward Kelley lo hubiera podido falsificar. Y si se trataba de una broma, el autor se tomó muchas molestias.
Las Teorías y Especulaciones
A lo largo de los años, se han propuesto numerosas teorías sobre el Códice Voynich. Algunos creen que es un libro de alquimia, mientras que otros sugieren que contiene información sobre hierbas medicinales o incluso un lenguaje codificado. Las teorías más extravagantes lo vinculan a civilizaciones antiguas, extraterrestres o sociedades secretas.
En resumen, aunque sí se han hecho ciertos adelantos al respecto, el Voynich no tiene traducción alguna en ningún idioma conocido, ni se ha hallado la clave que haga posible su comprensión, si es que existe. Además, la disposición de lo escrito no responde a las normas que rigen la estructura semántica de cualquier idioma: muchas palabras se repiten, en ocasiones hasta tres veces en la misma línea y quince en la misma página (por ejemplo “ollcet, ollcetcius, ollcetcius…”).
En cambio, sí respeta algunas normas formales, como que está escrito de izquierda a derecha, aunque carece de signos de puntuación –algunos párrafos van precedidos de estrellas y asteriscos–. El texto también cumple la llamada ley de Zipf, que señala que “en las lenguas conocidas la longitud de las palabras es inversamente proporcional al número de veces que aparecen”.
Quizás el mayor misterio gráfico que presenta es que parece escrito por una sola mano, con trazo fluido y seguro, letras homogéneas y muy regulares, prácticamente idénticas, sin un solo error, algo extraordinario en un manuscrito. ¿Se escribió usando una plantilla o un sistema de matrices para trazar letras y palabras? El enigma quizá nunca se resuelva.
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